12 diciembre 2006

Sin condena, permanece


Hierba mala nunca muere
Anónimo popular


En la capilla ardiente:
honores militares,
uniformes de gala,
medallas y banderas,
y el féretro entreabierto
con ventanuco al uso.

Hacen fila los deudos
y quienes lo han seguido.
Se quieren despedir,
complementar el luto.

La mujer hace fila.
En el cuello, un rosario,
y al pecho un crucifijo.
Va esperando su turno
de sollozo y suspiro.

La mujer hace fila.
Hoy viene a despedir
al héroe bienamado,
salvador de la patria,
azote del salvaje
comunismo.

Cuando llega hasta el féretro,
agacha su cabeza,
besa en el vidrio frío
que se empaña en un halo
tornasolado y turbio.

Lo mira al General
con esa mansedumbre
que tienen las iglesias
durante los crepúsculos.

Y el general la mira;
sus ojos se entreabren,
sueltan un leve guiño.
Sus ojos rigurosos
destellan, se iluminan.

La mujer se emociona.
Lo sabe, lo sabía:
el General no ha muerto,
su gesta continúa,
tal vez por nueve años,
o eternamente,
o siglos.

La mujer lo bendice.
Levanta su cabeza,
se persigna y eleva
una plegaria adusta:

le da gracias a Dios
por toda su inmundicia.

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